Butia yatay es una palmera muy propia de la Mesopotámia argentina, que da frutos sabrosos y de muy buen valor alimenticio. En el campo es común consumirlos y los que caen de la planta naturalmente sirve de excelente alimento a vacunos y otros animales. La edad de estas palmeras es difícil de calcular y el imaginario popular dice que algunas están inclinadas porque allí se rascaban los dinosaurios. Si bien de elegantes hojas grisáceas, son de tronco duro, lleno de cicatrices y restos de hojas.
El Yatay. Leyenda guaraní
by Jose Grassia agosto 2023
Nota del autor: los términos en negrita son de la lengua nativa Tupi Guaraní hablada en esa región y pueden tener varias acepciones. El autor agradece a los diversos amigos de Paraguay y Corrientes por la colaboración en la interpretación de los términos guaraníes.
Según historias de los viejos, esas que se escuchan junto al fuego por las noches, envueltas en humo de tabaco fuerte, Yatay era uno de los Arandú, un anciano sabio, que guiaba a su pueblo guaraní hacia Kuarahyróga, la casa de Tupá, la tierra sin mal.
Alto y muy fuerte, de edad indefinida, decían que sus años no podían contarse, que seguía vivo y vital gracias a su adoración a Tupá, el Dios de los guaraníes; su astucia y capacidad de conducir a su pueblo lo hacia uno de los sabios más respetados y consultados.
En la gran migración, luego de haber pasado por guerras con otros pueblos, la marcha se continuó llegando el invierno. Siendo recolectores y cazadores por excelencia, sabían que los meses durante los cuales los arboles pierden sus hojas, la comida es escasa y los animales se vuelven ariscos, esta situación y el fuerte frio comenzó a hacer mella en el espíritu del pueblo.
Reunidos los Arandú por la noche junto al fogón mayor, todos buscaron el consejo de Yatay, este indico que debían seguir avanzando, que llegarían a tierras más cálidas y con mejores condiciones y que quedarse allí donde estaban, sería muy malo. Los otros Arandú no estaban de acuerdo y le hicieron escuchar el llanto de los niños que colgados de los pechos secos de sus madres lloraban ya de hambre, y seguramente pronto comenzarían a morir. La situación era dramática.
Yatay se mantuvo firme, dijo que a la mañana el encabezaría la marcha y que si en dos días no encontraban comida, el daría de comer al pueblo.
La marcha comenzó y el terreno cada vez fue peor, arenales ya sin árboles, casi nada de leña para el fuego, ni animales, ni frutas, así que volvieron los ancianos a reunirse y ya muy duramente acusaron a Yatay de fracasar, fue expulsado del pueblo y la ka’atimbo, su pipa sagrada para comunicarse con Tupá (El Dios) fue rota. Se le quito su abrigo, comida, agua, todo…. y así solo y sin provisiones debió marcharse.
Cuando ya se perdía en la noche Yatay pidió que sigan la picada por donde él se alejaba, que como prometió, allí alimentaria al pueblo. Pero las mujeres, desesperadas por el hambre, lo golpeaban y arrojaban piedras.
Al otro día, durante el kuarahy resẽ, apenas Kuarahy asomaba en el horizonte, el pueblo se puso en marcha y a pesar del llanto de las madres que sabían que pronto sus mita’i , sus niños pequeños, morirían de hambre y debilidad, siguieron las huellas de Yatay, que apenas se veían en el reseco suelo
Asaje, cuando kuarahy estaba en lo más alto y ya vencidos por el hambre y cansancio, hicieron un alto, y al mirar hacia adelante vieron un árbol que no conocían y que de entre sus grandes hojas colgaban racimos de frutos maduros de penetrante aroma que al caer alimentaba a innumerables animales reunidos a sus pies.
Los mymbajukahá, esos bravos cazadores. consiguieron carne, y cuando sus kuña, las debilitadas mujeres, probaron los frutos, sintieron una nueva energía y sus pechos se hincharon de alimento para sus hijos, Esa leche tenía un fuerte sabor al fruto de la desconocida palmera. Ya a salvo el pueblo, los Arandú comenzaron a caminar junto a la planta y vieron con asombro que las huellas de Yatay se perdían en su interior. En ese momento se dieron cuenta que Yatay, el viejo y sabio Arandú cumplió su promesa y al segundo día alimentó a su pueblo transformándose el mismo en esa nueva palmera que les daba comida.
El Yatay justamente se llena de frutas en otoño y comenzando el invierno, cuando toda otra fruta escasea, así que alimenta a los animales y hombres cuando nada hay para comer, sus hojas verdes son muy buenas para hacer refugios y las secas sirven para fuego que, si bien dura poco, da excelente calor. Las vacas y chivas que comen sus frutas dan leche con ese sabor, e incluso el queso hecho con esa leche mantiene el agradable sabor del Yatay.