En la región comprendida por Brasil, Uruguay, Argentina y Paraguay se destaca un género de palmeras que crece con forma de variadas especies a lo largo y ancho de la mencionada región del Conosur. Con estípites significativos se destacan entre ellas, Butia capitata y B purpurascens en la región central de Brasil, Minas Gerais y Goias, bajando hacia el sur podemos hallar B. eriospatha y B. catarinensis en los estados de Paraná, Santa Catarina, y Rio Grande do Sul a lo largo de todo el litoral marítimo.
Ya en territorio uruguayo se distingue B. odorata por excelencia y pasando la laguna Negra la población se dirige al oeste, hasta encontrar los palmares de B. yatay que se extienden en forma discontinua hasta la margen del rio Uruguay.
Cruzando el cauce de este rio, nos encontramos con B. yatay en la provincia de Entre Ríos en Argentina e inmersa en estos palmares una pequeña área sobre las costas arenosas del rio Uruguay se encuentra B. noblickii, especie endémica de Argentina.
Cambiando el rumbo hacia el norte, hasta Paraguay, seguiremos viendo B. yatay, luego B. paraguayensis y B. pony. Ya en esta zona y Paraguay, hallaremos un grupo de especies acaules o de muy baja envergaduras con arquitectura arbustiva. Entre ellas podemos nombrar B. arenicola, B. campicola, B. exospadix, B. lepidotispatha y B. leptospatha…
En Uruguay, el imaginario popular ha creado su propia leyenda, que cuenta porque estos grandes y útiles vegetales se distribuyen de este a oeste atravesando los departamentos de Lavalleja, Florida, Durazno, Río Negro y Paysandú, continuando por el Litoral argentino y cuál es el motivo de llamarse Butiá
Butiá, una leyenda de Uruguay
Nota del autor: los términos en negrita son de la lengua nativa Tupi Guaraní hablada en esa región y pueden tener varias acepciones. El autor agradece a los diversos amigos de Paraguay y Corrientes por la colaboración en la interpretación de los términos guaraníes.
Se cuenta que una vez hace mucho, muchísimo tiempo, antes de la llegada de los colonizadores a nuestras tierras, vivía junto a las costas de la laguna Negra una tribu guaraní, la cual se mantenía de la caza, la pesca y la recolección. En esta tribu habitaba un muchachito llamado M’Butiá .
M’Butiá acostumbraba a observar en el cielo, todas las tardes, que el Gran Tupá, el sol, el dios todopoderoso de los guaraníes, hacía su recorrido por el firmamento, día tras día, con calor o frio, con lluvia o sequia…..
Pero el indiecito esto no lo entendía. La tierra en la que habitaba su tribu y las otras tribus, no podía ser un gran plato. Tupá no podía nacer diariamente para morir en cada ocaso.
No, esto seguro que era más complicado, el Tupá, el Gran Jefe, seguro que estaba en el centro de algo y la tierra y la luna y las estrellas se hallaban a su alrededor, precisamente como los jefes de las tribus más pequeñas y los demás súbditos ocupaban su lugar en rededor del Arandú, el gran jefe de la tribu.
Seguro que esa gran bola de fuego, el gran Dios Tupá, estaba sentado en su trono y era la tierra que giraba a su alrededor.
Todo esto M´Butiá se lo contaba a sus padres, más éstos no lo entendían y le repetían siempre al pequeño guaraní que dejara de pensar tales cosas, caso contrario, Tupá le echaría un grave payé, una maldición.
Pero M´Butiá no dejaba de creer en lo que afirmaba. Muchos amaneceres sorprendieron al indiecito observando nacer el sol.
Cierta mañana M´Butiá vio acercarse algo desde el horizonte que era arrastrado por las aguas del mar. Cuando hubo llegado a la costa, M´Butiá vio que aquello era un árbol muy raro que nunca había visto… una palmera, aunque él no lo supiera!!!.
M´Butiá jamás había visto una palmera. Tenía unos frutos rojos como el sol, los cuales el indiecito enseguida probó y los halló de dulce y exquisito sabor. Entonces M´Butiá concibió una idea, la palmera que nadie sabía de donde había venido, tendría que haber hecho el mismo recorrido que hacía Tupá, el sol, todos los días.
El pequeño guaraní tomó enseguida una decisión: muy rápido y con agiles dedos, cortó y tejió las delgadas pero resistentes hojuelas de aquel extraño árbol construyendo una bella y útil canasta que ato a sus hombros con otras hojuelas trenzadas en un cordel. En ella recolecto todos los frutos de la palmera y regresó a la tribu. Allí M´Butiá juntó sus calchas y los utensilios más imprescindibles, se despidió de sus padres y comenzó un largo viaje por tierra adentro siguiendo el sol.
Pasó y pasó el tiempo y por la senda que había tomado el indiecito comenzaron a crecer palmeras, no vista nunca antes por los habitantes de ninguna tribu. Tales palmeras habían nacido de las semillas de los frutos que iba dejando caer M´Butiá en su andar.
Mientras tanto sus ancianos padres, pasaban largas noches sentados frente al mar, esperando algún día volver a ver a su hijo. Muchas lunas y muchos soles pasaron los dos indios sentados así, cuando una tarde notaron que se acercaba algo desde el mar. Cuando llegó a las orillas, vieron que era una palmera como aquellas que crecían tras las huellas de su hijo y que entre sus ramas traía enredada la vincha del indiecito.
Desde ese día, los indios llaman M´Butiá a esas palmeras
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